Tuve una novia hace tiempo que, en la final del Mundial de Brasil 2014,
Argentina contra Alemana, fue sonrientemente cuestionada por el anfitrión: “¿A quién
le vas?”, Y ella contestó, con los párpados a media asta, sumada a una antipatía de 100
megatones: “Le voy al balón”. Hubo, por supuesto, una indignación general entre los
comensales; no solo por sus modales sino por su pretensión y soberbia hacia esa
cobarde neutralidad que solo fue interpretada por todos como una incapacidad de
tomar partido.
Después me pregunté el motivo que causó un desaire exagerado entre todos los allí
presentes. Esa vaga y desapasionada respuesta no hubiera sido la misma si le
hubieran preguntado: “¿Oye mijita, qué partido político te gusta?. Y, naturalmente
pensé en mi profesión y en la similitud (toda proporción guardada) que existe entre el
juego en cancha y la lucha abstracta sin balón de los ideales diversos y propuestas en
la arena política.
Entre logotipos y colores, así como en las formas de “jugar” o hacer política, los
partidos políticos son odiados mayoritariamente por las clases medias.
Carecen de
una hinchada apasionada que, como en el fútbol argentino, miles de razones sean
ignoradas por los fanáticos con tal de mantener lealtad al “amor de sus vidas”.
Ondear una bandera durante un cántico en una leprosa tribuna argenta, ignora si hay
corrupción en el proceso de selección de jugadores; ignora si el técnico los obliga a
echarse atrás mediocremente para defender u otras cosas del fútbol… y sus
burocracias; tal vez, busquen un mediocre empate. Por otro lado, si el técnico
desarrolló un sistema estilo “Lavopilsta”, de aquellos tiempos en los que el Atlas de
Guadalajara, jugando como local los sábados por la noche, siendo el equipo más joven,
dinámico, arriesgado y siempre jugando vertical, tenía la mejor propuesta
futbolística… aunque siempre perdieran.
La película “El Secreto de sus Ojos”, de Juan José Campanella (Argentina, 2009), una película-obra-maestra de esas raras que nos llegan a México, explica, por supuesto mejor que yo, este fenómeno obsesivo en el que tal vez alguien más radical diría que, la pasión por un equipo de fútbol supera al que nos provoca la pareja indicada o la vida política. Los hinchas bonaerenses le tiene devoción ciega y, desde su etapa neonata, los colores de su equipo salen tatuados en todos los lóbulos cerebrales. Fanatismo –pero mucho más sano- casi parecido al de un jihadista. La política es distinta, claro. Pero las similitudes nos ponen a pensar.
Aunque la
política trate temas que todos creemos relevantes; más relevantes incluso que un pase
filtrado sublime en el estadio Jalisco (Atlas) o el Presidente Perón (Racing de
Avellaneda).
En México, en política, un sector de la población suele estar muy cómoda viendo como
pasan las cosas desde una “tribuna” de un “estadio” viendo como se hace e
implementa la política, gritando groserías y lejos del campo, a pesar de que en la
política todos somos jugadores. Y no solo eso, dicen “Le voy al balón” (no tienen
preferencia por ningún equipo).
Lo irónico es que uno no puede entrar a la cancha del Atlas o del Racing a resolver lo
que está mal. Pero si uno entra a algún partido político tiene mayores posibilidades de
hacer algún cambio para el país. Tal vez por eso el populismo hipnotiza a los
argentinos: sus jugadores de fútbol, casi siempre artistas de este deporte,
acostumbran a los espectadores a solo ser observadores. Por ello no se involucran en
la política esperando que la mano del paternalismo resuelva todo.
La diferencia es que uno no está obligado (y por ley no puede) entrar a la cancha de
nuestro equipo favorito a arreglar las cosas.
En contraparte, identificar nuestra ideología, participar en la vida civil y política, transformar y entrar a los partidos políticos es nuestra obligación política y civil. ¿A qué partido le vamos? ¿Le vamos al balón? Si no les gustan entren y cámbienlos ¿Quién va a arreglar al sistema de partidos? ¿Higuaín o ustedes?
EPÍLOGO: Se gane o se pierda, uno debe ser leal, siempre, y nunca comprometer sus ideales. Llevar los colores de nuestra ideología y partido tatuados en el alma… y siempre introducir un poco de caos en nuestras vidas.
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