miércoles, 24 de mayo de 2017

Irle a un Equipo o Partido

Por Luciano Quadri

            Tuve una novia hace tiempo que, en la final del Mundial de Brasil 2014, Argentina contra Alemana, fue sonrientemente cuestionada por el anfitrión: “¿A quién le vas?”, Y ella contestó, con los párpados a media asta, sumada a una antipatía de 100 megatones: “Le voy al balón”. Hubo, por supuesto, una indignación general entre los comensales; no solo por sus modales sino por su pretensión y soberbia hacia esa cobarde neutralidad que solo fue interpretada por todos como una incapacidad de tomar partido. 

Después me pregunté el motivo que causó un desaire exagerado entre todos los allí presentes. Esa vaga y desapasionada respuesta no hubiera sido la misma si le hubieran preguntado: “¿Oye mijita, qué partido político te gusta?. Y, naturalmente pensé en mi profesión y en la similitud (toda proporción guardada) que existe entre el juego en cancha y la lucha abstracta sin balón de los ideales diversos y propuestas en la arena política. Entre logotipos y colores, así como en las formas de “jugar” o hacer política, los partidos políticos son odiados mayoritariamente por las clases medias. 

Carecen de una hinchada apasionada que, como en el fútbol argentino, miles de razones sean ignoradas por los fanáticos con tal de mantener lealtad al “amor de sus vidas”. Ondear una bandera durante un cántico en una leprosa tribuna argenta, ignora si hay corrupción en el proceso de selección de jugadores; ignora si el técnico los obliga a echarse atrás mediocremente para defender u otras cosas del fútbol… y sus burocracias; tal vez, busquen un mediocre empate. Por otro lado, si el técnico desarrolló un sistema estilo “Lavopilsta”, de aquellos tiempos en los que el Atlas de Guadalajara, jugando como local los sábados por la noche, siendo el equipo más joven, dinámico, arriesgado y siempre jugando vertical, tenía la mejor propuesta futbolística… aunque siempre perdieran. 

La película “El Secreto de sus Ojos”, de Juan José Campanella (Argentina, 2009), una película-obra-maestra de esas raras que nos llegan a México, explica, por supuesto mejor que yo, este fenómeno obsesivo en el que tal vez alguien más radical diría que, la pasión por un equipo de fútbol supera al que nos provoca la pareja indicada o la vida política. Los hinchas bonaerenses le tiene devoción ciega y, desde su etapa neonata, los colores de su equipo salen tatuados en todos los lóbulos cerebrales. Fanatismo –pero mucho más sano- casi parecido al de un jihadista. La política es distinta, claro. Pero las similitudes nos ponen a pensar. 

Aunque la política trate temas que todos creemos relevantes; más relevantes incluso que un pase filtrado sublime en el estadio Jalisco (Atlas) o el Presidente Perón (Racing de Avellaneda). En México, en política, un sector de la población suele estar muy cómoda viendo como pasan las cosas desde una “tribuna” de un “estadio” viendo como se hace e implementa la política, gritando groserías y lejos del campo, a pesar de que en la política todos somos jugadores. Y no solo eso, dicen “Le voy al balón” (no tienen preferencia por ningún equipo). 

Lo irónico es que uno no puede entrar a la cancha del Atlas o del Racing a resolver lo que está mal. Pero si uno entra a algún partido político tiene mayores posibilidades de hacer algún cambio para el país. Tal vez por eso el populismo hipnotiza a los argentinos: sus jugadores de fútbol, casi siempre artistas de este deporte, acostumbran a los espectadores a solo ser observadores. Por ello no se involucran en la política esperando que la mano del paternalismo resuelva todo. La diferencia es que uno no está obligado (y por ley no puede) entrar a la cancha de nuestro equipo favorito a arreglar las cosas. 


En contraparte, identificar nuestra ideología, participar en la vida civil y política, transformar y entrar a los partidos políticos es nuestra obligación política y civil. ¿A qué partido le vamos? ¿Le vamos al balón? Si no les gustan entren y cámbienlos ¿Quién va a arreglar al sistema de partidos? ¿Higuaín o ustedes?







EPÍLOGO: Se gane o se pierda, uno debe ser leal, siempre, y nunca comprometer sus ideales. Llevar los colores de nuestra ideología y partido tatuados en el alma… y siempre introducir un poco de caos en nuestras vidas.



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